domingo, agosto 07, 2005

Catalina


Vicente nuevamente recorría las calles del viejo puerto. Podía ser cualquier noche de la semana, pero esa noche, era la peor de todas.

Cundo la vio desde la esquina, no dudó ni un minuto en abordarla. Comenzaron a fundirse en uno solo, sus sensaciones giraban, cada uno de sus poros exhalaba, se mezclaba la peninsula con la bahía.

Luces, oscuridad, silencios, gritos, sexo, pasión, escaleras, mesa, cama, música, música, música y nuevamente silencio. Esa noche fue como una película vista cuadro a cuadro, y las escenas se repitieron muchas veces, una y otra vez.

Al día siguiente, volvió a buscarla, recorrió todos los muelles, pero era tarde, ya no estaba, había zarpado con un cargamento de carbón de Lota hacia Inglaterra.

Catalina tenía la rutina del eterno crepúsculo en la piel, su comarca de sexo en una esquina, sus hectáreas de pecho en un vaivén.

Catalina sabía el argumento de la sabana rota por amor.

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