Después de la tocata, como de costumbre, se acercaron al escenario unas minas y bueno, era solo cosa de elegir. Siempre hay que ser un agradecido de la vida y por cierto, de las aves de paso, las que se inscriben en el diccionario de mis pecados.
Como todos están terminando eternamente con sus novias, nos fuimos a mi loft. Exceptuando a Torcuato, que claro, está hace poco enamorándose y por eso, solo esta vez, se le perdona su ausencia.
No recuerdo sus nombres, a veces tampoco sus cuerpos, ni sus rostros. Pero como en algún momento, igual que Torcuato yo había estado fuera de las pistas, las recuerdo perfectamente.
Alejandra, Carolita, Patricia, Cecilia y Constanza, cinco hermosas reinas que se dispusieron a lamer nuestras heridas. Carolita era la mejor de todas y esa noche, se dispuso a ser la dueña de casa.
Comenzó a darme un tratamiento de besos de sal, a quitarme todos los dolores, los pensamientos impuros y me devolvió todos esos besos robados.
Cada vez que cabía en ella exhalaba, me decía que era la mejor en el arte de amar y que no podría dejar de pensarla nunca. Así que antes que se me olvidara su nombre, decidí escribir este relato.
Servicio de utilidad pública:
Se necesita sangre de cualquier dador para curar este corazón roto.
Las interesadas deben dirigirse a la Urgencia de Lucrecia.
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